Paco lleva poco más de seis años inmerso entre imponentes jábegas de aspecto milenario que descansan sobre la arena de las playas malagueñas, con su ojo fenicio en la proa vigilando el horizonte de ese mar al que los romanos denominaron Mare Nostrum.
“Granaíno”, de Motril, aunque malagueño de pro debido a circunstancias de la vida. No sólo es que sea una persona acostumbrada a dar clases magistrales de Historia del Arte, sino que le sobra arte a la hora de narrar las historias sobre las barcas de jábega.
Paco, te acercaste bastante tarde a este peculiar mundo del remo en barca de jábega ¿cómo fue ese primer contacto?
Siempre me ha gustado el deporte, pero, la verdad, no he tenido nunca una especial vinculación con el mundo de la mar, pese a ser oriundo de Motril y tener la costa desde bien chico como algo habitual dentro de mis recuerdos. En mi familia se dedicaban más a trabajos de interior, del campo. El rebalaje, que es como llamamos aquí a todo lo relacionado con las actividades costeras y del mar, no era algo que me atrajera con especial interés. En cuestión de deportes, la bici de montaña y otros eran más afines conmigo. Fue gracias a un alumno mío, que posteriormente también trabajó conmigo en la Escuela de Arte, y que remaba en un club de jábegas, quien me introdujo, casi sin querer, en esta aventura. “¿Cuándo me vas a llevar contigo a remar?” le preguntaba insistentemente todos los días medio en broma. Hasta que un día, me llevó. Y ya todo cambió para mí desde entonces. Ahora, desde que he dejado mi labor docente me he podido implicar más a fondo tanto con el club como con la ART…
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